Le guide sicure di suor Eusebia Palomino

Roma (Italia). En línea con el Sínodo sobre: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (cf. Instrumento de trabajo nn. 213-214), en el mes de febrero, se comparte la quinta profundización sobre el camino de acompañamiento en la juventud de las Santas, Beatas, Venerables y Siervas de Dios. 

Las guías seguras de sor Eusebia Palomino 

La vida de Eusebia se mueve dentro de un horizonte bien definido: la compañía constante de Jesús y de María, dos faros que iluminan el entero recorrido de su historia, a partir de las primeras experiencias en familia.

Entre las personas que han acompañado el camino formativo de Eusebia, aparecen los padres como “mediaciones” fundamentales. De su viva voz conocemos cuánta incidencia han tenido ellos hasta su juventud: «De mis primeros años recuerdo solo que en una misión que hubo en mi aldea, ibamos todos a la Iglesia, es decir, mis padres y nosotras tres, y como entonces no había luz eléctrica en mi pueblecito, mi padre llevaba una antorcha en una mano y con la otra me tenía cerca de sí. Mi madre, con mi hermana Antonia, que era muy pequeña, en brazos y dando la mano a Dolores, nos íbamos a la Iglesia. A la vuelta, mi padre nos esperaba en la puerta con la antorcha y volvíamos a nuestra casa».

Es muy expresiva la imagen de la antorcha en las manos del padre que acompaña la pequeña familia e ilumina el sendero en la noche: un símbolo de lo que papá Agustín era para la hija: la guía, el sabio que ha iluminado y sostenido el crecimiento y ha inculcado en ella los valores indelebles que han construido su personalidad de mujer de corazón grande, totalmente entregada a Dios y a los demás.

En un simpático cuadro familiar, Eusebia describe algunos momentos transcurridos en compañía de los padres y de las hermanas: «Cuando aprendí las primeras letras del alfabeto y empecé a unir las sílabas, mi padre por la tarde, teniendo el silabario entre las manos, me las enseñaba, y también a mis hermanas. […] En invierno cuando anochece pronto y mi madre remendaba la ropa, mi padre nos sentaba sobre sus rodillas y nos enseñaba a rezar. Nos enseñaba también la Sagrada Escritura: la historia de Moisés, los sueños del Faraón […] y otros hechos de la Escritura».

Los padres colaboran juntos en la educación de las hijas: «Tanto mi padre como mi madre deseaban mucho que fuéramos buenas y nos lo inculcaban a menudo. Nos decían: “Aunque seamos pobres, deseamos que seáis jóvenes honradas, por lo tanto nunca alarguéis la mano hacia algo que no sea vuestro, y si encontráis algo, entregadlo en seguida a su dueño y respetad siempre lo que no es vuestro; sed para con todos obedientes y respetuosas”». De la madre subraya de modo particular cómo siempre le «preguntaba con quién había estado o quién había venido conmigo al regresar de la casa en donde a lo largo del día había prestado su servicio, cosa que nunca le oculté. […] Y así me daba aquellos consejos que consideraba convenientes y yo procuraba obedecerla». 

La confianza que cultivó con su madre, Juana, en el curso de la vida llevó a Eusebia a una total confianza en María, la Madre, de la que pudo afirmar: «Todo aquello que le pido a la Virgen, Ella me lo concede». Descubría en María a la madre que no puede abandonar a sus hijos, sobre todo a aquellos que tienen dificultades y que confían en Ella con una oración llena de amor y de fe.

Eusebia, “acompañada” de modo singular, será una experta guía que acompañará a muchas jóvenes, niñas y otras tantas personas que acudían a ella atraídas por el atractivo de una santidad sencilla y cotidiana.

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