Roma (Italia). El 14 de octubre de 2018 la Iglesia en fiesta ha celebrado la Canonización del Papa Pablo VI, en el corazón del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Una coincidencia significativa porque Pablo VI tuvo siempre una atención particular al mundo juvenil, aprovechando los valores de los cuales es portador, junto a sus incertezas y su fragilidad. En Sydney, en diciembre de 1970, Pablo VI invitaba a los jóvenes a tener fortaleza y les recordaba: “La Iglesia sabe cuáles son los valores que lleváis.”

Un Papa que supo comprender la modernidad, abrirse a los interrogantes y ansias del hombre de su tiempo, situándose en humilde y sincero diálogo con todos. Una existencia vivida a la luz de Cristo, en un intenso amor a su Iglesia y a cada hombre salvado por la sangre de Cristo.

“Me llamaré Pablo”, y todos pensaron en el Apóstol de los gentiles, el gran misionero que había llevado la fe cristiana al Occidente pagano. El paganismo estaba volviendo y verdaderamente era necesario un nuevo Pablo. Poco después dijo que el Concilio Vaticano II continuaría, y reprendió con regularidad los trabajos el 29 de septiembre.

Fue éste el compromiso más grande, en el cual Pablo VI dedicó todas sus fuerzas y su inteligencia. Presidió el Concilio con mano amorosa y firme en la segunda, tercera, cuarta y última sesión, hasta su clausura, celebrada el 8 de diciembre de 1965.

En toda su vida, PabloVI demostró siempre un gran afecto por la Familia Salesiana. En 1950, Mons. Montini dirigió la organización del Año Santo y, en aquel mismo año, el 25 de marzo era beatificado Domingo Savio, que sería canonizado tres años después, y en 1951 era canonizada Maria Dominga Mazzarello. Fueron acontecimientos eclesiales de notable relieve, a los que Mons. Montini aseguró amplia participación, convencido de su alto valor educativo y pastoral.

En la vasta Archidiócesis de Milán, Mons. Montini contribuyó a expandir y potenciar la obra salesiana, apoyándola en todas las circunstancias. Las Hijas de María Auxiliadora estaban presentes en Milán y provincia, con una multiplicidad de obras pequeñas y grandes, florecientes de vitalidad y fervor religioso. Los contactos con los ambientes salesianos fueron frecuentes, ya sea con ocasión de las visitas pastorales o la Administración de las Confirmaciones, ya sea por la cita anual del 31 de enero, Fiesta de San Juan Bosco, que para el Arzobispo era una jornada enteramente salesiana. Este día por la mañana celebraba la santa Misa para la juventud masculina reunida en la parroquia de San Agustín y por la tarde participaba en la academia y presidía el reparto de premios de las alumnas de las Hijas de María Auxiliadora en la casa inspectorial de via Bonvesin de Riva. En sus discursos se constataba la sintonía de espíritus, el clima de intimidad familiar y la profundidad espiritual de estos encuentros.

Hoy, son las Hijas de María Auxiliadora las que “custodian” la memoria de Pablo VI. La comunidad de las FMA de Concesio (Brescia) hace años que tiene las llaves que permiten a los visitantes acceder y conocer la casa donde el 26 de septiembre de 1897 nació Giovanni Battista Montini y su espiritualidad.

De la audiencia extraordinaria de Pablo VI para el Centenario del Instituto – 5 de julio de 1972

“Queridas hijas en Cristo,

La celebración de una fecha tan importante para la vida de vuestro Instituto no puede limitarse a la simple visión retrospectiva de un luminoso pasado. Hace falta mirar también al futuro. Sabrá vuestra Congregación responder a la llamada de la Iglesia en la tormentosa hora que se avecina? De qué manera asegurará que la antigua vitalidad del cepo robusto, plantado por vuestros santos Fundadores, continúe floreciendo con toda su plenitud? Para estos interrogantes, hijas, no hay más que una respuesta, la cual, como explica la extraordinaria fecundidad del pasado, asegura infaliblemente a vuestro Instituto su vitalidad para el futuro: la santidad.

Esto significa para vosotras asegurar el primado de la vida interior en medio de todas vuestras actividades educativas, caritativas y misioneras, sin nunca temer que por este camino disminuya vuestro dinamismo apostólico o no podáis dedicaros a fondo al servicio de los demás. Significa amar la oración, la pobreza, el espíritu de sacrificio, la cruz. Y significa el compromiso total de reproducir en vuestra vida de piedad y de apostolado los ejemplos del amor adorador y operativo de María Santísima.

O ¿cómo se podrá conservar entre vosotras en su primitiva frescura este carácter claramente mariano, que en todas partes constituye la nota inconfundible de la espiritualidad de las Hijas de María Auxiliadora? Vosotras tenéis el privilegio de pertenecer a una familia religiosa que es toda de María y todo lo debe a María. ¿No es tal vez vuestro Instituto el monumento vivo que Don Bosco quiso erigir a la Virgen, como signo de imperioso reconocimiento por los beneficios recibidos de Ella? Sí, hijitas, mientras que en la escuela de María aprendáis a ver en todo a Cristo su Hijo divino, mientras tengáis fija la mirada en Ella – que es la obra maestra de Dios, el modelo y el ideal de toda vida consagrada, el sostén de todo heroísmo apostólico – no se secará en vuestro Instituto la fuente de generosidad y de entrega, de interioridad y de fervor, de santidad y de gracia, que ha hecho de vosotras tan preciosas colaboradoras de Nuestro Señor Jesucristo para la salvación de las almas.

Esto es los que la Iglesia espera de vosotras. No defraudéis sus expectativas, sino respondedle más allá de vuestras esperanzas.

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