Roma (Italia). En línea con el Sínodo sobre: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (cf. Instrumento de trabajo nn. 213-214), en el mes de Junio, se comparte la novena profundización sobre el camino de acompañamiento en la juventud de las Santas, Beatas, Venerables y Siervas de Dios.

El camino vocacional de Magdalena Morano

Magdalena transcurrió la infancia en compañía de su inseparable hermano Pedro, dos años mayor que ella. Una relación fraterna que le aportó conocimiento y familiaridad con el genio masculino. Desafiaba a los chicos en las carreras y los ganaba dejándose llamar la capitana, la bersagliera. Magdalena tenía una personalidad fuerte, enérgica, capaz de florecer siempre y en todas partes, tal como aparece en el lema de la descendencia de la familia. De la historia de amor de sus padres aprendió que el amor verdadero se vive con la renuncia, con el sacrificio por un don más grande. El amor pasa siempre por el camino de la kenosi, del abajamiento. De lo contrario podría esconder, sin quererlo, alguna migaja de amor propio y de afirmación de si mismo. Papá Francisco por amor a la mamá había preferido la pobreza a la nobleza y al vínculo familiar. Esta experiencia la volverá más sensible a la opción por Jesús que por amor se hizo pobre para asumir la condición de la humanidad (cf Fil 2) y sintetizará así su ideal: “Cueste lo que cueste”. Desde pequeña la mano de Dios la acompañaba y la forjaba. La muerte del padre y del hermano en el espacio de un mes dejaron a la familia en una situación dificil. Magdalena ya no pudo asistir a las clases para dedicarse al trabajo tejer. La madre, para poder vivir, vendía en el mercado las labores que realizaba. Magdalena mientras trabajaba, en los momentos de descanso, sacaba del delantal el catecismo, leía y meditaba. Pero el sufrimiento la había marcado: debilitada, ya no sonreía.

Don Francisco Pangella, un primo sacerdote de la mamá se dio cuenta, habló con la madre, asegurando una aportación económica a la familia, cosa que le permitió volver a la escuela. Le regaló, además, un piano y le daba clases de italiano. Para ella fue una clara señal de la Providencia que cuida de los más necesitados. La emprendedora Magdalena aprendió a fiarse y a dejarse cuidar por Dios a través de las mediaciones inesperadas, y a dejarse modelar por El. Cuando regresaba de la escuela, ayudaba a la madre en los quehaceres de casa con un gran espíritu de responsa-bilidad.

Fue su maestra Rosa Girola, quien vislumbró en ella una especial capacidad educativa y la ayudó a cultivarla, poniéndola cerca de los alumnos más pequeños y necesitados de cuidados y de atención. Magdalena sabía animarlos, corregirlos y educarlos con tacto paciente. Los acontecimientos vividos y las ayudas recibidas dejaban entrever en germen que Dios se manifiesta como Dios en el abandono confiado y no solo en la laboriosidad humana. Mientras tanto, en 1857 recibiría la primera Comunión. Fue un encuentro decisivo que la marcó para toda la vida. Con otras dos amigas, entre ellas Olimpia Stura, decidió hacer penitencia, como los grandes mártires citados en los libros de ascética del tiempo, teniendo como referencia a San Luis. La madre de una de las jóvenes se dio cuenta y avisó al parroco que las orientó a vivir el martirio de la vida cotidiana con sus cruces, no elegidas sino aceptadas. En el mes de junio del mismo año moría otro hermano y Magdalena continuó su calvario junto a su madre llena de sufrimiento. En otoño de aquel mismo año don Bosco pasó por Buttigliera con la banda de sus muchachos. Subida a un árbol con su hermano Pedro, Magdalena lo vio por primera vez y su nombre le quedó grabado como por magia. El empeño en la vida espiritual la volvía cada vez más reflexiva y deseosa de hacer el bien sobre todo a los pequeños. Y el camino se abrió.

Don Vaccarino, su parroco de Buttigliera, quiso abrir una escuela parroquial infantil y así, en 1862, Magdalena, sin tener aún quince años, fue contratada como maestra, buena, inteligente, sonriente, delicada y exigente. En el año 1864, después de haber conseguido el diploma de maestra, sintió que el Señor la llamaba a la vida religiosa. Pero al mismo tiempo, sentía fuertemente el deber de ayudar a la familia, de modo que, después de haber hablado con el párroco, conservó su secreto con Dios a la espera de tiempos más maduros y serenos.

En el año 1866 fue aceptada como maestra en Montaldo, una escuela municipal masculina. Lejos de casa, con el corazón unido al dolor de la familia tan probada, venció todas las dificultades con la oración, la Misa diaria, la visita al Santísimo y el via crucis, devoción que aprendió de la madre después de la muerte del padre, en la cual releía su sufrida existencia humana.

En 1868 llegó un nuevo párroco: don Ferdinando Trinchieri que fue su director espiritual. Aunque fuera estimada más que el alcalde y el parroco en el pueblo, Magdalena era muy dócil y se dejaba acompañar. En 1877, después de más de diez años de trabajo y de ahorros, había logrado realizar el deseo de su madre: tener una casa y un pequeño terreno para vivir. A sus treinta años podía así dar cumplimiento al sueño la madre y al suyo.

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