Roma (Italia). El 25 de agosto de 2022 se celebra el nacimiento en el cielo de la Beata Maria Troncatti (16 febrero 1883 – 25 agosto 1969), Hija de María Auxiliadora misionera en Ecuador, desde 1922 hasta su muerte, única víctima de un accidente aéreo, después de haber ofrecido la propia vida por la pacificación entre Shuar y los colonos.

La Beata Maria Troncatti era una mujer feliz, apasionada por Jesús. Estaba en oración ante su Señor en el silencio de la noche y del alba y se dejaba llenar el corazón de su Amor, de su bondad y de su predilección por los pobres. Cada mañana, a las 3/3:30 estaba ya en la iglesia, para vivir con gran devoción y amor la práctica del Via Crucis. Durante el día tenía el rosario en la mano, lo rezaba junto a sus enfermos y cada vez que el trabajo le concedía un minuto de reposo.

El sábado se dedicaba con afecto filial a la oración del “rosario de la aurora” – que consiste en alabar a la Bienaventurada Virgen María 150 veces, tantas como los salmos del salterio – para expresar su identidad mariana. Jesús Eucaristía, el Sacratísimo Corazón y la Auxiliadora eran su centro unificador y su hélice, el imán que la atraía con fuerza.

Afirmaba una hermana:

“[…] Vivía como absorta en Dios y, a pesar de su trabajo de enfermera, era siempre la primera en llegar a la iglesia y, sea en la oración o en recibir los sacramentos de la Eucaristía y de la penitencia, se notaba en ella algo especial”.

También un sacerdote testificó que su fe estaba marcada por intensos momentos de oración personal y comunitaria, mientras se esforzaba por la misión y el cuidado de sus “hijos”. Alimentada y enraizada en la plegaria, podía afrontar con alegría y sencillez salesiana aun las situaciones difíciles, típicas de la misión:

“La cariñosa Madre María pasó horas ante el Santísimo Sacramento, suplicando al Señor como Moisés, para que sus hijos se salvaran del peligro de ser arrastrados por las olas de los Upano. Ella también tuvo que pasarlo muchas veces, caminando sobre piedras resbaladizas, con agua en el pecho, pero nunca perdió su serena alegría: “Señor Miguelito, el Señor nos ama. María Auxiliadora está con nosotros”. Lo dijo mientras sacudía su vestido empapado”.

La Beata suor Maria Troncatti pertenecía a Dio, era apasionada de la misión salesiana y sabía contagiar a los otros. Comunicaba su gran amor a la juventud, al pueblo, en particular a los enfermos y a los “no bienvenidos”, a las hermanas que, viendo la audacia y la fe de Sor María, pudieron encontrar en ellos también las energías de bien necesarias para sostener las grandes pruebas del apostolado en la selva ecuatoriana. ¡Era una verdadera comunidad “en salida” que actuaba en la  misión de una manera sinodal!

Otra hermana escribía:

“Cuántos sufrimientos hemos tenido en nuestros viajes a través de la jungla, en el paso del río Upano, con el miedo siempre presente de que, de un momento a otro, el río se desbordara y no pudiéramos volver, cuando la canoa desapareciera, arrancada por las olas del río. Sin embargo, lo que nos dio constancia y fuerza para soportar todo esto fue el amor que nos unió a Sor María Troncatti”.

Sor Maria era valiente y también consciente de los peligros. Sabía, pero, que estaba en las manos de Dios que la enviaba, porque se había dedicado a la causa de Su Reino y por Él se exponía. Segura de ello, exhortaba: “El Señor está a nuestro lado, nos prestará ayuda” y animaba a quienes la rodeaban a tener un corazón generoso y confiado.

Manifestó su apasionado “deseo de misión” incluso entre su familia, antes de partir hacia Ecuador. En una carta dedicada a ellos en 1936 escribió:

“¿Me dices que no pida ir a una misión? No lo pediré porque realmente quiero hacer la voluntad de Dios. Pero si los superiores me mandan, con todo mi corazón voy allí: siempre tengo mis pensamientos en la misión”.

“Con todo el corazón” era la unidad de medida de su pasión misionera, tanto que, cuando la obediencia la mandó a la selva, pudo afirmar que era “cada día más feliz” de su vocación religiosa y misionera. Escribió en una carta del 1939:

“Haré una confidencia: aquí con los sirvientes me encuentro muy feliz; mucho más que quedarme en la ciudad de Guayaquil en medio de la aristocracia. Aquí, en medio de esta selva, lejos de todas las mentiras del mundo”.

Capaz de ver lo esencial, de escuchar y responder al grito de los pobres, la Beata Maria Troncatti quiere salir de los esquemas del bienestar, de las estructuras y de las seguridades (Cf. Atti Capitolo Generale XXIV, 19-20) para llevar a Cristo a los pobres y necesitados, haciéndose una de ellos.

Con el corazón en Dios, la mente y las manos prontas a cuidar “a sus hijos shuar” en la dureza de la vida cotidiana en la selva, expresaba gestos de maternidad muy sencillos pero eficaces: les daba una casa y el afecto; visitaba a los enfermos cada día, se prestaba a cocinarles cualquier cosa, no se movía de su lecho hasta que no estaban mejor, los iba a encontrar hasta verlos curados y los animaba a la oración.

Gestos y sentimientos de una presencia solícita y materna que acompañaba y animaba con palabras de fe, o más bien de una “madrecita“, como la llamaban familiarmente los Shuar. La cariñosa maternidad precedía al primer anuncio del Evangelio entre aquella gente, para que fuera de él un feliz y transparente “signo”, ejemplo de una presencia que también hoy se puede imitar.

En el 150º aniversario de la Fundación del Instituto FMA, es significativo recordar las palabras de Madre Mazzarello – “Si quieres hacerte santa, ves deprisa, no hay tiempo que perder” (C 47 19) – y alabar a Dios por las maravillas que ha hecho en el corazón de estas hermanas: es  una fuerte llamada a recurrir a su interioridad para ser “Mornese en salida”, en el corazón de los desafíos de la contemporaneidad.

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