Roma (Italia). Cuarenta años después de su nacimiento en el cielo, un “Vía Crucis”, preparado por Sor Maria Concetta Ventura, de la Inspectoría Madre Magdalena Morano (ISI), con reflexiones tomadas de los escritos de la Sierva de Dios Madre Rosetta Marchese, evoca los rasgos más significativos de su perfil espiritual.

Madre Rosetta Marchese (1920-1984) vivió su vida espiritualmente unida al Misterio Pascual y terminó su vida ofreciéndose a sí misma por la santificación del Instituto FMA, de los jóvenes y de los sacerdotes. Hizo suya la actitud de Jesús, el hijo obediente y crucificado (Cordero de Dios) que ama al Padre, y la de la Madre de Dios, Sierva de Yahvé, porque ambos viven en constante adhesión a la Divina Voluntad. Madre Rosetta sólo buscaba a Dios, a quien encontraba en todo y en todos. Vio en Jesús a su Esposo crucificado por amor: su único deseo era parecerse a Él. Por eso, era necesario vivir bien los sufrimientos, las mortificaciones, las pequeñas cruces de la vida cotidiana.

El 31 de mayo de 1961 escribe a su Padre Espiritual, el Siervo de Dios, Mons. Francisco Fasola:

“Leí una página tan hermosa sobre el comentario al Directorio: ‘Antes de consagrar la hostia, el sacerdote repite en ella muchos signos de la cruz, como para significar que no se puede llegar a ser Jesús sin ser marcado por la cruz’. ¡Cómo disfruté este pensamiento! Realmente siempre tengo muy poco que sufrir, pero entiendo bien que para ser una “hostia pura, santa e inmaculada” no puedo dejar de pasar por allí. En este mes no quiero perder ninguna oportunidad de sufrimiento y mortificación, quiero estar muy atenta”.

En la noche del Jueves Santo de 1965, Jesús, en una locución, le pide que acepte su tormento de amor que lo llevó al don de sí mismo en la Última Cena, a la agonía en Getsemaní y a la muerte en la cruz junto a la amorosa y dolorosa Madre.

“¿Aceptarás el tormento de mi amor? ¡Jesús! Me asusta, pero al lado de Tu Santa Agonía, unida a las humillaciones de Tu Santa Noche, perdida en el misterio de Tu Amor anonadado en la Eucaristía, solo puedo decirte que sí. ¡Jesús! Que tu palabra permanezca siempre en mí y se convierta en vida. Mater Dolorosa. Mater Amorosa, Tua sum!”

La vida de Madre Rosetta fue una progresiva entrega en el amor que alcanzó la ofrenda total, pero que creció a través de pequeñas mortificaciones y sacrificios diarios invisibles. Así es como vive su sacerdocio bautismal. Se une a Jesús, que en la Última Cena ofrece su cuerpo y su sangre como alimento y bebida para todos. “Así es como veo mi sacerdocio en Jesús. Que Él realice en mi alma el ‘tomad y comed todos’ y el ‘levántaos y vamos’para que el Padre sea glorificado en todo y siempre”.

Escribió en su cuaderno el Jueves Santo del año 1969:

“La Santísima Virgen hace resplandecer de una vivísima luz el nombre con el que Jesús me llamó en el íntimo secreto de su corazón, hace diez años, en la capilla de Caltagirone. Ella, la Madre, en su Inmaculado Corazón, me consagra Hostia de Alabanza. Hostia, entregada, para ser totalmente consumida, comida por las almas, en serena disponibilidad, sin movimiento propio, en el divino reposo de mi Jesús. Yo estoy en Él y Él se dona a las almas a través de mi dejarme enviar, completamente, sin retirarme jamás, acogiendo todas las cargas por Él. De alabanza para que el Padre sea glorificado en esta pequeña hija, perdida en Jesús, consumida por los otros. Y para que el Padre sea glorificado, debo vivir con Jesús, siempre, su ‘Levántaos, vamos’ hacia la Voluntad sacrificial del Padre en la que está contenida toda glorificación”.

Después de ponerse en la escuela de la cruz como fuente de amor verdadero, compartió con Sor Rina Coffele en otra carta del 2 de septiembre de 1980: “Las alegrías y los sufrimientos están siempre entrelazados; pero donde la cruz es llevada y amada, está la presencia más segura de Jesús. Por otro lado, sin dolor no puede haber amor verdadero. Ayudémonos a mirar el sufrimiento como el don más hermoso de Jesús“.

En sus conferencias se dirigía a las hermanas con expresiones de quien está enamorada de Cristo crucificado:

Si estoy acostumbrada a contemplar a Jesús que carga el madero de la cruz, que sufre la tortura de los malhechores, la más humillante que había, puedo aceptar las cruces de cada día con más gusto, porque quiero llevar mi cruz con Él. Si estoy acostumbrada a contemplar a Jesús caído bajo el peso de la cruz, Jesús que pierde su fisonomía con el rostro en el polvo, en el barro, ese rostro manchado de lágrimas, de sangre, de polvo.

Si estoy acostumbrada a contemplar a Jesús en esta suprema aniquilación, caído al suelo, luchando por levantarse, incapaz ya de ver el camino, en el velo ensangrentado que desciende sobre sus ojos, dime si no acepto la fatiga de mi trabajo, los sufrimientos morales que a veces me sobrevienen. Los acepto de más buena gana, porque sé que estoy conformada a Él, que participo con Él en la obra de la redención, de la salvación de las almas. Si estoy acostumbrada a contemplarlo en la humillación de ser despojado de sus vestiduras, desnudo, entonces comprendo el despojo total que se hace de tantas maneras, y lo acepto.

Si estoy acostumbrada a contemplar a Jesús que se deja crucificar, que sufre tres horas de agonía en un terrible espasmo; si sé contemplar a María que vive con Jesús la pasión, los sufrimientos inauditos de la crucifixión y de la muerte, ya no hay dolor que me asuste y soy capaz de aceptar cada dolor: físico, moral, espiritual, y lo veo en esta perspectiva:  la perspectiva salvífica. Mi pequeño sufrimiento, digo pequeño porque no importa cuán grande sea, cerca del de Jesús siempre es pequeño, mi pequeño sufrimiento entonces, unido al Suyo, me hace con María Corredentora“.

La ofrenda de su vida por la santidad del Instituto fue el último acto de una vida configurada con Cristo crucificado, en un hacerse pan partido para la gloria del Padre, para las hermanas y los jóvenes.  Casi un año antes de su muerte, escribió a las FMA:

“Ustedes recuerden a todos que nadie se hace santo sin la parte de cruz que le ha sido asignada. Y que existe un vínculo íntimo e indisoluble entre pasión y misión. Miremos juntas a Jesús. Aprendamos juntas de Él que la sinergia de la filiación con el Padre llega hasta la oblación de si mismo hasta la muerte: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; ¡Esta es mi sangre derramada por vosotros para perdón de los pecados!” Hay tanto mal que expiar: nuestro pecado y el de quienes lo reciben. Hay muchas semillas de bien que hay que regar: con el cáliz de la Nueva Alianza. Hay un potencial de gracia que implorar: a través de la mediación del Misterio Pascual”.

VÍA CRUCIS

2 COMENTARIOS

  1. Grazie, Madre Rosetta. Ho avuto la fortuna di conoscerti e incontrarti personalmente. La sola presenza manifestava il divino che era in e viveva in te.

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