Roma (Italia). El 3 de septiembre de 2023 se cumple el 35º aniversario de la Beatificación de Laura Vicuña (5 de abril de 1891 – 22 de enero de 1904), fruto de la santidad juvenil del Sistema Preventivo Salesiano. Corría el año 1988, año del centenario de la muerte de Don Bosco y la celebración en la que San Juan Pablo II beatificó a la joven tuvo lugar en el Colle Don Bosco, Castelnuovo Don Bosco (Asti), al final del “Confronto ’88”.

Esta alumna de las Hijas de María Auxiliadora de Junín de los Andes, en Argentina, ofrece un testimonio de cómo el Evangelio vivido radicalmente puede transformar una situación de violencia en una ocasión de reconciliación.

Inmediatamente después de su Primera Comunión, Laura sintió el deseo de consagrarse a Dios con sus votos y dedicar su vida a educar a las niñas. Sin embargo, hubo un impedimento que hizo que no pudiera ser aceptada entre las Hijas de María Auxiliadora. La condición de la madre, doña Mercedes Pino, que vivía con Manuel Mora en una estancia, finca destinada a la cría de ganado, había provocado sospechas infundadas sobre la ilegitimidad del nacimiento de Laura. A este sufrimiento se sumó el inmenso disgusto por la situación de la madre.

Después del primer año en el Colegio María Auxiliadora de Junín, durante las vacaciones de 1902, Laura regresó a Quilquihué, junto a Mora. Consciente de la situación, depositó toda su confianza en la medalla de la Inmaculada Concepción de las Hijas de María, que llevaba colgada del cuello como escudo inmejorable. Doña Mercedes tenía un aire triste, parecía envejecida, porque poco a poco sus sueños sobre Manuel Mora se habían desvanecido: ese hombre, que se había revelado violento y despótico, no le daba la felicidad prometida.

Manuel Mora mostró “particulares” atenciones hacia Laura y, durante aquellas vacaciones, intentó tenderle emboscadas, todas sin éxito, para aprovecharse de ella. Laura, extremadamente sensible, le costaba vivir allí, lejos de la posibilidad de participar en la Eucaristía y recibir los Sacramentos. Era consciente de que su madre vivía lejos de la gracia de Dios y esperaba su conversión. Además, Mercedes concentró su sensibilidad maternal en su hija menor, Giulia Amandina, y Laura, al darse cuenta, sufría en silencio.

Al regresar al Colegio ya no como educanda, sino como interna destinada en la casa de las hermanas, Laura se encargó de cuidar de las internas más jóvenes a las que enseñaba a orar y daba consejos, con un marcado espíritu maternal, lleno de amabilidad y caridad. En septiembre se realizaron los ejercicios espirituales sobre la muerte, el infierno y el cielo. Ya en ese período la joven Laura, midiéndose con el cuarto mandamiento, “Honra a tu padre y a tu madre”, había madurado la decisión de ofrecer su vida por su madre, oraba y soportaba mortificaciones con la intención de ver a su madre ‘libre de Mora’.

¿De dónde sacó esta niña de trece años la fuerza para ofrecer su vida por la paz y la reconciliación del corazón de su madre? Fue un comentario al pasaje evangélico del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas lo que hizo germinar este deseo en su corazón. Laura pidió permiso a su confesor, don Augusto Crestanello, para ofrecerse al Sagrado Corazón de Jesús como víctima por la salvación de su madre y no poner obstáculos a su deseo de perfecta caridad.

El confesor reflexionó: Laura se distinguía de las demás niñas de su edad, había hecho sus votos en privado, amaba tiernamente a su madre, quería hacer todo para la gloria de Dios y el bien del prójimo. Era claro que el Espíritu Santo estaba infundiéndole un ardor superior a su edad. Por tanto, el sacerdote, después de repetidas insistencias, concedió su consentimiento. Mientras tanto, la enfermedad amenazaba su salud.

Laura logró permanecer en el Colegio hasta los Ejercicios Espirituales de 1903, cuando fue llevada a la estancia de Quilquihué por Doña Mercedes, en un intento de promover un mejoramiento. Sin embargo, la estancia le trajo recuerdos tristes e incluso la bienvenida de Mora no fue cordial. El agravamiento de la enfermedad de Laura hizo que Doña Mercedes decidiera mudarse sola con sus dos hijas a Junín, en una casa alquilada. Laura rogaba continuamente a su madre que dejara al hombre que, incluso allí, había llegado a maltratarla. Fue en su lecho de muerte, el 22 de enero de 1904, cuando Laura reveló su secreto a su madre y el ofrecimiento de su vida para su reconciliación interior. Mercedes le juró que cambiaría su vida.

El testimonio de Laura es una historia de violencia que encuentra una solución inesperada en la disponibilidad radical de esta niña al Evangelio. Es una parábola evangélica ‘generativa’: la vida nueva, en cualquier ámbito, se genera en el dolor. Mercedes, que había engendrado a su hija Laura para la vida física, fue engendrada para la vida de gracia y paz por su propia hija.

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