Roma (Italia).

Queridísimas hermanas,

Queridísimos laicos, jóvenes que comparten la misión,

Siento una gran alegría al encontrarme con cada uno y cada una de vosotros allí donde estéis, para haceros llegar el mensaje navideño mío y de todo el Instituto. Con esto hago una experiencia muy hermosa, porque os siento a todas y todos cercanos aunque las distancias geográficas sean inmensas.

¡Efectivamente nuestra casa común es grande como el mundo! A pesar de ello, nos sentimos vecinos porque somos muchos corazones que, latiendo al ritmo del amor, forman un corazón inmenso que contiene el mundo.

Al hablar, pienso en vosotros, veo los distintos contextos, siento lenguajes diferentes, y os abrazo a todos juntos y personalmente.

Juntos hacia la Navidad

Se aproxima, una vez más, la Navidad. Juntos, en cada Inspectoría y comunidad educativa estamos caminando hacia Belén, atraídos por una fuerza interior que nos hace ir hacia aquellos a quienes deseamos conocer y encontrar y que trae esperanza, paz y alegría. Este camino, que hacemos con María y José, nos lleva a la revelación de la Encarnación del Hijo de Dios y del hombre: Jesús.

Caminar juntos es un gran don, el don de la unidad que nuestro carisma continúa construyendo día a día, entre hermanas, laicos y jóvenes. El camino está guiado por la Estrella que lleva a todos a la cueva de Belén. En torno a Él, todos se reúnen y se encuentran entre ellos.

También nosotros en esta Navidad estamos invitados por la Estrella que nos guía hacia Jesús. Lo encontramos en la Cueva, que es, también, cada persona. Qué bien si podemos, en esta fiesta de Navidad, seguir la estrella que nos lleva a encontrar a Jesús en el rostro de cada persona, en sus ojos que reflejan su presencia misteriosa, en su ser en el cual Jesús se encarna hoy.

En Navidad, Dios se hace niño, pequeño, pobre indefenso para que podamos acercarnos a Él y en Él reconocernos. ¡El misterio es muy grande! ¿Creo de verdad que Dios en Jesús se ha hecho hombre? ¿Que ha escogido la pequeñez para ser más accesible, más cercano, más a nuestro alcance?

¡Dejémonos sorprender por el Misterio! Que el asombro sea nuestra actitud profunda en esta Navidad. Dejemos a parte todos nuestros razonamientos y entremos en la lógica del amor.

Navidad con María, la Madre

En esta Navidad os invito a acercaros y a llamar a María, a la Madre.

Ella ve cumplirse el Proyecto de Dios que ha cambiado su vida. Su “sí” dado en la fe, se hace fecundo en Jesús que nace. Ella ciertamente ha vivido emociones y sentimientos únicos cuando ha recibido entre los brazos a su Bebé que es también su Dios.

Hay en ella toda la ternura de una madre que ama a su pequeño, que lo ha querido y esperado, que lo ha sentido brotar y crecer en su regazo… pero para ella el inicio ha sido distinto … antes que pudiera sólo imaginarlo, ha sido Dios quien le ha pedido que Lo engendrase: Hijo suyo y de Dios

Junto a la ternura humana hay mucho más, porque sabe que éste es “Hijo del Altísimo”, y así se lo ha dicho el Ángel. En ella hay un purísimo sentimiento de adoración y de alabanza.

Probablemente en cualquier momento María se preguntó cómo era posible que aquel bebé, parecido a todos los demás, necesitado de ella para poder vivir y crecer, fuese el Hijo de Dios, el Mesías esperado por su pueblo, anunciado en la Escritura.

Pequeño, frágil, indefenso…tenía que envolverlo en pañales y cubrirlo bien, para que no padeciese frío, para alimentarlo con su seno.

Tenía que protegerlo ante todos los peligros posibles y, al mismo tiempo, ofrecerlo a la adoración de los pastores, de los Magos… sin poder revelar nada más concreto sobre Su divinidad.

Pastores y magos recibieron el anuncio del nacimiento de un “salvador”, de “Cristo”, o sea, del Ungido, del Mesías y se acercaron.

Encontraron a una familia pobre, y la “señal” era propiamente ésta: encontraréis a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc. 2, 12).

Me pregunto si María tenía miedo de que pudiesen hacerle daño o si se fió de la buena voluntad de todos… Los días del miedo, de la fuga, vendrían pronto.

Junto a María estaba José, que vivió en la fe el evento junto a María. Una fe que es confianza total en Dios, porque “nada es imposible a Dios”. Y así se dejaron implicar en un proyecto de vida distinto del que habían pensado.

En este tiempo de Navidad, junto a María y José, podemos considerar el proyecto de Dios para nuestra vida, aceptar confiados y dejarnos guiar por Él.

El Pesebre

En nuestros pesebres a menudo Jesús está representado desnudo. Es una metáfora para expresar Su pobreza, Su despojo, Su kenosis: “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”” (Fil. 2, 6 – 7)

Los pastores lo encuentran “envuelto en pañales”, como todos los recién nacidos del tiempo, cubierto exactamente como todos los hijos deseados y esperados en un joven familia… Los padres del niño no eran excesivamente pobres, ya que José era un artesano y se ganaba la vida trabajando.

Probablemente eran menos pobres que las familias de los pastores que cuidaban los rebaños aquella noche, servidores de algún gran propietario, no dueños de las ovejas que custodiaban; asalariados, expuestos a la precariedad, a la prepotencia, a veces a los caprichos de los ricos.

Pero Jesús había querido nacer en la pobreza absoluta. En Nazaret habría encontrado una casa, una cuna, todo lo que en Belén no había.

También el clima de adoración de las primeras horas se disiparía pronto después del nacimiento: Herodes, informado por los Magos del nacimiento del Rey de los Judíos mandaría matarlo y Dios salvaría a Su Hijo ordenando a José huir a Egipto y permanecer allí hasta que Él mismo lo reclamase.

¡Tan pequeño y ya prófugo en tierra extranjera, en aquel Egipto que había sido la cuna en la que el pueblo de Israel había nacido como tal, en el cual había sido oprimido y del cual había partido hacia la Tierra Prometida!

El pesebre, hoy

En todas partes del mundo, hay en nuestras puertas familias, niños, neonatos que no tienen casa, que deben contentarse con refugios improvisados; algunos padres no tienen ni siquiera los pañales para envolver a los propios pequeños y resguardarlos del frío, no tienen comida para quitarles el hambre, ni agua limpia para darles de beber; en todas partes del mundo hay familias obligadas a dejar su propia patria, sus afectos, sus costumbres, para ir lejos en busca de seguridad, de paz, de trabajoDejémonos interpelar, dejemos que la pobreza extrema de estos hermanos y hermanas nos toque hasta el fondo del corazón y nos obligue a buscar caminos para aliviarla, para dar al menos a alguno el calor de una casa, de una familia.

Impliquémonos como comunidad educativa, juntos con los laicos y los jóvenes, comprometámonos a luchar por los derechos de los más débiles. Esto será, verdaderamente, hacer Navidad.

En muchos lugares ya estamos presentes junto a los que sufren, a los que viven la tragedia de la guerra y de la carestía, de la casa destruida y de la muerte de los seres queridos. Continuemos por este camino: la Virgen estará contenta de nosotros y nos ayudará a hacerla presente en todos las partes del mundo.

Ella continúa paseando en nuestras casas y protegiéndonos con su manto, continúa acogiendo bajo este mismo manto a cuantos entran en una de ellas, continúa amándolos como hijos y nos quiere a nosotras verdaderas imágenes suyas!

La esperanza

Nos encontraremos en la Noche Santa al escuchar el canto de los Ángeles: “Gloria a Dios… paz en la tierra a los hombres que Él ama” (Lc. 2, 14), un canto que será de augurio para cada una de nosotras, para las personas que amamos, para los jóvenes que nos han sido confiados y para aquellos que no encontramos, para nuestras comunidades educativas y para todo el mundo.

Que la Navidad sea para nosotras y para nuestras comunidades educativas el tiempo de tomar conciencia profunda de este amor del Padre, de este amor que envuelve a todos y cada uno con la misma ternura y la misma previsión y quiere abrir nuestro corazón para que devolvamos este amor.

Amar a  Dios y en Él, para Él amar a los hermanos y a las hermanas que pone en nuestro camino, acoger con gratitud el don de la paz que nos hace la Navidad, colaborar con Él para construirla, hacerse camino para que pueda alcanzar con Su paz este nuestro mundo atravesado de tantos conflictos, para que cada uno pueda reconocer en el Hijo hecho hombre el signo de este amor infinito y responder generosamente.

Gracias por las numerosas felicitaciones que he recibido de todo el mundo. Son un signo del espíritu de familia que nos une profundamente. Pido a Jesús que derrame sobre vosotros la sobreabundancia de sus gracias y que nos ayude a hacerlo nacer de nuevo hoy en el corazón de nuestro mundo que necesita salvación. 

¡Feliz Navidad y Buen Año 2019! 

Roma, 24 diciembre 2018

Superiora General, Suor Yvonne Reungoat

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.